El científico, Marco Casula, está informado de la situación en su país, como muchos otros bloqueado por la pandemia, y sus padres le relatan que sus ciudades, siempre abarrotadas de turistas por estas fechas, son como lienzos de Giorgio De Chirico: «Con sus plazas vacías», apunta. Es consciente de la gravedad del asunto pero cree también que la crisis puede servir de oportunidad: «Esta es una lección que Italia y todos deben aprender. La investigación no es solo cultura, sino también vida», defiende.
El primer día del año se despidió de sus padres en el aeropuerto de Venecia con un «hasta pronto», pues sus experimentos debían durar tres meses; sin embargo, el viaje de regreso ha quedado pospuesto sin fecha a causa del coronavirus que azota a Italia y a toda Europa. «Mi regreso dependerá de cómo evolucione la pandemia no solo en Italia sino también en Europa (…) Pero lo estoy viviendo con mucha tranquilidad y serenidad, no me pesa, estoy donde quiero estar», explica.
Su continuidad en la base de investigación es crucial para el éxito de la misión italiana porque su objetivo es tomar pruebas de las partículas en la atmósfera y en la superficie nevada para enriquecer una serie sobre los efectos del cambio climático. «Son labores que duran desde hace más de diez años, una década de adquisición de datos para series climáticas largas. Para estudiar el clima es necesario hacer un trabajo diario y no tener agujeros», explica este joven perito químico desde su refugio.
A causa del coronavirus no ha podido ser reempleazado por ningún compañero y deberá quedarse: «Cuando partimos somos conscientes de que pueden surgir imprevistos», dice, quitando hierro al asunto.