Desde la aparición de internet, el consumo pornográfico se ha disparado hasta niveles asombrosos.
Si bien la ciencia está dando aún sus primeros pasos en la investigación de las consecuencias neurológicas del consumo de porno, está claro que la salud mental y la actividad sexual de su amplia audiencia están experimentando efectos sumamente negativos, entre los que se pueden identificar la depresión y la disfunción eréctil.
Por otro lado, se ha relacionado el consumo pornográfico con el desgaste de la corteza prefrontal, la parte del cerebro encargada de la función ejecutiva, que comprende la moralidad, la fuerza de voluntad y el control de los impulsos.
Para comprender de forma precisa el papel de la función ejecutiva en el comportamiento, es importante saber que se encuentra subdesarrollada durante la infancia, razón por la cual a los niños les cuesta tanto regular sus emociones e impulsos. El daño de la corteza prefrontal en la edad adulta, que predispone al individuo a exhibir una conducta compulsiva y a tomar malas decisiones, se denomina hipofrontalidad.
No deja de ser paradójico que el entretenimiento para adultos pueda devolver a nuestras conexiones cerebrales a una etapa temprana. Sin embargo, lo que resulta realmente irónico es que el porno se deshaga en promesas de satisfacción y gratificación sexual pero proporcione todo lo contrario.