En el caso de los niños pequeños, de preescolar o de primaria, son los padres quienes pasan su día haciendo las tareas y actividades escolares; no supervisándolas ni revisándolas: HACIÉNDOLAS. Y, conforme subimos de grado escolar, la insuficiencia didáctica de las plataformas virtuales se suma al típico desinterés de los alumnos por lo que se les está enseñando. De por sí es cuestionable que los ejercicios memorísticos del nivel medio o medio superior sirvan para algo (además de para generar rechazo por ciertas materias), y ahora se añade que los estudiantes no están aprendiendo ni siquiera algunas cosas de memoria. Quizás hasta estén olvidando lo que ya habían aprendido.
Y en el nivel universitario, donde se presupone que nos encontramos en una educación entre adultos, los profesores mandan textos y materiales que ellos mismos ni siquiera han leído o, al menos, entendido, y se inventan actividades para demostrarle a la escuela que sí están trabajando y que no dejen de pagarles sus clases. Los alumnos también hacen su parte en este desastre quejándose de que no da tiempo de nada y de que no entienden nada y mandan trabajos a sus profesores en los que todo eso se nota. Se han viralizado en días recientes, además, algunos casos en los que un estudiante sabotea la clase, sea orientando de mala fe al profesor para que él mismo cierre la sesión o sea convirtiendo las reuniones virtuales en su megáfono personal para quejarse de lo que sea.
Se entiende que las partes interesadas hayan hecho lo posible por salvar este año, semestre o cuatrimestre (o lo que sea). Es claro que no hubo mala intención de nadie, si bien los principales incentivos no fueron pedagógicos.