En un giro inesperado que trasciende las divisiones políticas, Claudia Sheinbaum y Xóchitl Gálvez, candidatas presidenciales, así como el presidente Andrés Manuel López Obrador, sostuvieron reuniones con Larry Fink, CEO de BlackRock, la gigantesca gestora de activos envuelta en polémica. Estos encuentros, revelados a través de las redes sociales, han puesto a BlackRock bajo el reflector, una empresa a menudo descrita como un «poder mundial secreto» por su influencia y tamaño, superando los 10 billones de dólares en activos, una cifra que eclipsa el PIB de la mayoría de los países.
BlackRock, conocida por sus inversiones en combustibles fósiles y desarrollo armamentístico, incluyendo empresas que suministran armas al ejército israelí, ha sido objeto de críticas por su impacto ambiental y su papel en conflictos armados. La empresa ha sido señalada por apoyar industrias que contribuyen directamente al cambio climático y por su participación en la financiación de corporaciones implicadas en la violencia armada y conflictos globales.
A pesar de los intentos de Larry Fink de posicionar a BlackRock como una entidad comprometida con los desafíos climáticos, la realidad parece contradecir estas afirmaciones. La organización sin fines de lucro Corporate Accountability ha puesto a BlackRock en su «Salón de la Vergüenza Corporativa», destacando la discrepancia entre las declaraciones públicas de la empresa y sus acciones reales, especialmente en lo que respecta a sus inversiones en combustibles fósiles y su reticencia a actuar de manera decisiva contra las emisiones de carbono.
Estas reuniones entre los líderes políticos de México y el CEO de BlackRock han avivado el debate sobre el papel de las grandes corporaciones en la política y la economía globales, así como su influencia en temas críticos como el cambio climático y la seguridad mundial. La presencia de BlackRock en México, especialmente en un momento de transición política, plantea preguntas sobre el futuro de las inversiones y las políticas ambientales en el país.
El caso de BlackRock en México es un recordatorio de la compleja interacción entre el poder corporativo y la política, un tema que seguirá siendo relevante en la discusión pública a medida que el país se acerca a las elecciones presidenciales. La capacidad de una empresa para influir en la agenda política y económica, tanto a nivel nacional como global, es un tema de creciente interés y preocupación para ciudadanos y líderes por igual.